Había una vez un arbolito feliz. Entre sus ramas había un ave traviesa que jugaba y piaba todo el día. El árbol la concocía muy bien y la quería, la quería tanto. Cuando hacía frío ella se acurrucaba entre sus hojas y si el sol estaba tibiecito, el árbol, moviendo sus ramas, la hacía dar saltitos invitándola a jugar. Pero un día, entre saltito y saltito, ella subió a la rama más alta del árbol y vió un cielo azul hermoso y un bosque lleno de lugares que no conocía. Se dió cuenta entonces que sus alitas habían crecido lo suficiente como para intentar volar. Un aleteo...y otro más...y por fin el cielo no pareció tan lejano. Ella se fué volando. El árbol la miró partir con orgullo, porque entre sus ramas la había cuidado durante mucho tiempo. Él sabía que en una tarde de lluvia la volvería a ver acurrucándose entre sus ramas, la recordaría siempre.Esa noche el árbol quedó sólo y vacío. A la mañana siguiente no sólo el rocío mojaba sus hojas.... nadie se había dado cuenta, ni siquiera los árboles más cercanos, que había llorado.
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